Entrevistada por un periódico de extrema izquierda (en
España prácticamente toda la izquierda es así, para ella Besteiro --como
Montesquieu-- ha muerto), Esperanza
Aguirre da explicaciones sobre las semejanzas entre mis tesis (¡horror!) y lo
que ha dicho en un arrebato ante el
Parlamento madrileño. “No, no –viene a decir ella— nada de Pío Moa, por Dios.
Yo a quien leí fue a Vidarte, que me impresionó mucho porque cuenta cómo el escolta de Indalecio
Prieto asesina al líder de la oposición José Calvo Sotelo”. El hecho está
archicontadp en infinidad de libros, y va mucho más allá del caso del escolta,
como he expuesto, creo que por primera vez: todos los datos del asesinato
apuntan a la autoría intelectual y organizativa de Prieto. Por lo demás,
Vidarte miente cuanto puede, por lo que
conviene tener mucho cuidado al analizar
su libro “Todos fuimos culpables” que no contiene ni un ápice de espíritu
reconciliatorio, como podría creerse por el título.
Lo que quería decir, se disculpa Aguirre, “es que la
república no era un régimen tan idílico como sostenía el representante de
Izquierda Unida”. No era tan idílico… ¿pero seguía siendo idílico, aunque
menos? Y lo dijo “no por Pío Moa, sino
porque creo que en el 34 se violentó con un golpe”. Menuda defensa: también lo
de Sanjurjo fue un golpe, puestos a eso, así que…
Lo del 34 fue mucho más que un golpe, como he explicado y
documentado muy abundantemente. Y remacha la jugada excusándose ante la extrema
izquierda: “Dije algo que no está en Pío Moa, que es que los tres intelectuales españoles que más
impulsaron la venida de la República, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y
Marañón, los tres huyeron de ese régimen idílico y desde el extranjero enviaron
su apoyo a Franco”. Por supuesto, eso está en Pío Moa y no solo en él. Pero Pío
Moa ha sido el único que ha analizado todo el alcance y significación de esos
hechos, que fueron mucho más que una anécdota. Qué gente, estos políticos de
derechas.
El ignorante entrevistador, para desintoxicar a Aguirre de
Vidarte y de tanto revisionista, la
invita a leer el libro del embajador useño Bowers Misión en España, y le
aclara: “Era periodista, amigo de Roosevelt un liberal demócrata en estado
puro”. Lo cual acepta Aguirre de entrada (ninguna información proveniente de la
izquierda debe ser aceptada por las buenas, según mi experiencia: hay que
cribarla siempre), y señala que ella es “muy proamericana. Sus memorias (de
Bowers) tienen que ser fantásticas".
Bowers, le explica el intoxicador "Decía que si el litigio fuera
entre una monarquía democrática y una república, él no se habría implicado.
Pero como vio que lo que se venía encima era el fascismo, sí lo hizo”.
Bowers no era un “liberal demócrata en estado puro”, sino el
clásico liberal useño, corriente también en Inglaterra, cargado de prejuicios
sobre países que considera atrasados y para los que defiende políticas que no
le habrían gustado nada en el suyo; que defiende, en definitiva, la demagogia e
incluso el totalitarismo fuera de sus fronteras. La clase de liberales que han
encontrado grandes excusas para Stalin, han apoyado a Fidel Castro y
revoluciones y regímenes brutales por todo el mundo, y a quienes no les
importaba mentir o pasar por alto cuanto molestaba a sus prejuicios. Jay Allen,
inventor de la matanza de Badajoz, fue otro caso típico.
Por todo ello el testimonio de Bowers vale tan poco como los
de Jay Allen. En Los orígenes de la guerra civil, expongo:
“Los dos años largos de conjunción republicano-socialista fueron tormentosos, con sangrientos golpes libertarios y el de Sanjurjo, numerosos atentados y huelgas salvajes, algunas de ellos con numerosas víctimas, violentos altercados entre manifestantes y policías y aumento galopante de la criminalidad común. De acuerdo con los datos del Fiscal General de la República, los delitos contra la propiedad y la vida casi se habían duplicado de 1930 a 1931, aunque después subieron con menos fuerza; los procesos por explosivos se habían multiplicado, con respecto a 1928, casi por diez en 1931, por veinticuatro en 1932 y por más de sesenta en 1933. Algo similar ocurría con la tenencia ilícita de armas. Según la Federación Patronal Madrileña, en los primeros seis meses de 1933 los atentados y luchas políticas habían provocado 102 muertos y 140 heridos, y ese año se perdieron 14,5 millones de jornadas por huelgas, en comparación con 3,6 millones del año anterior. Los jefes republicanos trataron de frenar el deterioro, y ya en octubre del 31 aprobaron la “Ley de Defensa de la República”, que facultaba al gobierno para apuntalar el orden pública con discrecionalidad excesiva (en la práctica anulaba en gran medida las libertades). Fueron tiempos de frecuente restricción de los derechos públicos, de censura y cierres de periódicos y locales políticos”.
Pero no todo el mundo parecía notar estas cosas. El embajador Claude Bowers escribió, refiriéndose de 1933:
“Viajamos de un extremo al otro de España buscando los desórdenes rayanos en la anarquía de que tanto habíamos oído hablar en los salones de Madrid, y no hallamos nada semejante”. Bowers sugiere que el desorden era una invención de la derecha, y por eso no lo “veía”. Pero el gobierno lo sufría igualmente, y procuraba atajarlo con medidas de excepción”. (p. 163-4)
Cabe señalar que, precisamente en enero de 1933 habían
tenido lugar las insurrecciones de
Barcelona y Andalucía, donde el episodio de Casas Viejas, que no
"el fascismo", determinó el
hundimiento político del gobierno republicano-socialista y aceleró la
radicalización bolchevizante del PSOE.
No es de extrañar que Bowers “liberal demócrata en estado
puro” guste tanto a los totalitarios españoles, que tienen por iconos al héroe
de Paracuellos o a Garzón.
Pío Moa |