«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

domingo, 7 de septiembre de 2008

EL MITO DE AL-ANDALUS



Intervención en la Mesa redonda: España, falsificada en su historia, Facultad de Derecho- Universidad Complutense (Madrid), 5-marzo-2008. ORGANIZADORES: Foro Universitario Francisco Vitoria-Con la colaboración de la Facultad de Derecho-Universidad Complutense

1. Es bien conocido de todos el proceso de expansión militar protagonizado por los sucesores de Mahoma, el creador de la nueva religión llamada por él Islam (es decir, resignación-sometimiento a la voluntad de Dios), denominándose muslimes o musulmanes (resignados-sometidos) a los que la seguían. En las décadas posteriores a la muerte del considerado Profeta se abrió desde la península arábiga una tenaza sobre el Mediterráneo que iba a derrotar a las estructuras políticas vigentes en Oriente y Occidente (como los Imperios persa y bizantino y el reino visigótico). En Oriente, las victorias del emperador León III (717-741) contuvieron temporalmente un avance que reanudarían después con nuevo vigor los turcos seldjúcidas mientras que en Occidente fueron frenados definitivamente en los campos de Poitiers, al sur de Francia por las tropas a las órdenes de Carlos Martel (732).

A diferencia de lo ocurrido con otros Imperios de la Antigüedad o de etapas posteriores, la expansión territorial del Islam no es la simple expresión de una particular potencia político-militar ni responde a la exploración de nuevos escenarios para la actividad económica. No hay nada de esto en la Arabia unificada a impulsos del Profeta, ni siquiera capacidad para mantener la unidad política y sin embargo se mantendrá durante siglos la sustancia religiosa del proceso, La religión musulmana lleva en su propia doctrina, tal como fuera establecida por su fundador, los gérmenes de dicha expansión.

Prescindimos aquí de una cuestión importante: la vinculación real que existe entre las enseñanzas contenidas en el “Corán” y la “Sunna” y la figura histórica de Mahoma. Basta un dato, según un rector de la Universidad de Teerán, musulmán pero no fundamentalista, el total de “haddiths” (“anécdotas”, hechos y palabras atribuidos a Mahoma son aproximadamente millón y medio; pero según él, serían auténticos unos cuarenta). Por cierto, invitaríamos a nuestros inquietos intelectuales a emprender un proceso crítico de la persona y obra de Mahoma con los criterios científicos y racionalistas modernos, algo similar a lo que se viene haciendo desde hace siglos con Jesucristo con muy buenos resultados a la hora de garantizar la integridad, autenticidad y veracidad de los Evangelios. Pero es de temer que los occidentales seguirán describiendo a Mahoma y al Islam sin aplicarle los métodos histórico-críticos tan habituales para el estudio del cristianismo porque no suponen ningún riesgo.

Decíamos que la expansión territorial forma parte de la propia doctrina islámica. Como afirma Robert Spencer: «Dado que la carrera profética de Mahoma estuvo profundamente marcada por la sangre y la guerra, no debería sorprender que el Corán, el libro sagrado que legó al mundo el profeta del Islam, sea igualmente violento e intransigente. Efectivamente, esto es así: el Corán es el único de los textos sagrados que da consejos a sus adeptos para que hagan la guerra contra los no creyentes»[1]. La yihad no forma parte de una doctrina sostenida por una pequeña minoría de extremistas, sino que es un elemento permanente de la principal corriente de la teología islámica. Los países musulmanes (la Umma) forman el Dar El Islam, el resto del mundo se denomina Dar El Harb (zona de la guerra), y este último deberá ser conquistado para el Islam mediante la yihad o guerra santa. Mahoma enseñó a sus seguidores que no hay nada mejor (ni más santo) que la yihad; dijo a sus hombres que les ofrecieran a los no-musulmanes solamente tres alternativas: la conversión, el sometimiento o la muerte. Estas enseñanzas no son doctrinas marginales ni reliquias históricas: se siguen enseñando dentro de la corriente principal del Islam[2].

2. De los territorios ocupados por los musulmanes en su primera expansión, pocos tenían una personalidad política y cultural comparable a la España visigótica.

«Lejos de abismarse en el largo período de anarquía que dominó a Europa a raíz
de la invasión bárbara, España consigue organizar inmediatamente su vida y,
antes de transcurrir un siglo, tenía en marcha una civilización que había de
dar
brillantes frutos en los siglos VI y VII, es decir, cuando el resto de
Europa se
hallaba en plena noche espiritual debatiéndose en luchas estériles
y a merced
del más fuerte»[3].
Compartimos las expresiones que presentan la conciencia hispánica como forjada por las espadas en los largos siglos de confrontación con el Islam[4] si entendemos por “forja” la maduración definitiva de unos materiales pre-existentes que tenían personalidad propia pero que, efectivamente, sin la confrontación con las huestes de Mahoma nunca hubieran llegado a ser España tal y como la hemos conocido. Como resultado de los tres procesos de unificación política, religiosa y jurídica llevados a cabo entre la población de origen visigótico e hispano-romano, este período dotó a la conciencia de lo hispánico de unos perfiles nítidos (que no habían existido ni siquiera durante el Imperio romano) y que estaban destinados a tener una larga pervivencia histórica.

3. Ahora bien, teniendo en cuenta la rapidez con la que se derrumbó el reino visigótico ante el empuje islámico (y recordando, por cierto, que se encontraba minado por un largo período de decadencia y por una auténtica guerra civil entre los partidarios de Witiza y Rodrigo) no era previsible que la Península Ibérica, desgajada por la fuerza de las armas de su matriz occidental, pudiera reintegrarse a su ámbito histórico de pertenencia y participar en el proceso de formación de la Europa medieval con un papel privilegiado.

Esto fue posible debido a la Reconquista que no es solamente la lucha que los cristianos de España (ayudados en ocasiones por sus hermanos en la fe de toda la Cristiandad) entablaron con una perseverancia de siglos para recuperar su tierra de las manos del Islam. La Reconquista, empleando los conceptos propuestos por Sánchez Albornoz es la “Clave” del enigma histórico de España. «Ese sacrificio fue fecundo. Por dos sendas paralelas. Porque en esa batalla se forjó el “homo hispanus” que hizo la maravilla de la empresa americana, que nos dio preponderancia en Europa durante más de un siglo y que provocó la eclosión cultural española del Siglo de Oro»[5]. Palabras escritas, por cierto, por quien fuera de 1959 a 1970 presidente de la República en el exilio.

No podemos detenernos aquí a glosar las objeciones que se han hecho al concepto de “Reconquista” pero sí podemos destacar que la idea aparece con toda claridad en las fuentes contemporáneas y tiene su contrapunto en una expresión empleada por un monje cordobés de nombre desconocido que en el año 754 escribía la “Crónica Mozárabe”; allí se hablaba de la “pérdida de España” para referirse a la invasión islámica y a la destrucción del reino visigótico. Es decir, en los ambientes intelectuales se conservó y difundió la conciencia de que lo que se estaba haciendo era la restitución de la “España pérdida”.

También resulta altamente significativo el amplio consenso existente entre los mejores historiadores acerca de la naturaleza y significado histórico de la Reconquista. De hecho, alguna de las objeciones clásicas no corresponden al terreno propiamente histórico sino puramente ensayístico (ni Américo Castro ni Ortega eran historiadores).

Si los libros de texto de nuestro maltrecho sistema educativo se complacen en desdibujar las líneas del proceso confundiéndolo con una simple expansión militar y repobladora de los belicosos reinos cristianos del Norte, se debe a planteamientos ideológicos y políticos que carecen de cualquier respaldo serio desde el punto de vista científico. Resulta pintoresco que en un libro de texto de Bachillerato −por cierto, de los más moderados− se invite a alumnos de 17 años a argumentar «si es procedente o no el empleo del término Reconquista y el significado que se le asocia, para definir las relaciones sociopolíticas entre los habitantes de la Península Ibérica en la Edad Media». Y que para ello se oponga a un texto de 11 líneas de Sánchez Albornoz, 23 líneas de A.Barbero y M.Vigil[6].

4. Se llame “Reconquista” o “Expansión de los Reinos cristianos” lo cierto es que en 1492 los Reyes Católicos conquistaban Granada, último bastión del antaño poderoso dominio islámico sobre la Península; y sus sucesores llevarían a cabo la expulsión definitiva de los moriscos, elementos reticentes a cualquier proceso de integración. ¿Qué significado tuvieron estos hechos para la posterior historia de España?

Veamos en primer lugar de las consecuencias que tuvieron con independencia de la opinión que nos merezcan. Podemos reducirlas a dos[7]:

a) La Reconquista incorporó definitivamente a España a la vida cultural del Occidente Europeo.
b) La cultura hispano-islámica es un recuerdo lejanísimo del pasado español.

No existe una continuidad racial, social, cultural y anímica entre los andalusíes (habitantes de Al-Andalus, también llamados hispano-musulmanes) y los andaluces (habitantes de Andalucía) y no digamos de cualquier otro territorio español. Serafín Fanjul (catedrático de Literatura Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid) ponía de relieve –no sin aguda ironía− que debemos preguntarnos «si tiene una lógica mínima que gentes apellidadas López, Martínez ó Gómez, de fenotipo similar a los santanderinos o asturianos y que no conocen más lengua que la española, anden proclamando que su verdadera cultura es la árabe. Si no fuera patético sería chistoso»[8].

Los actuales habitantes de Andalucía y de España no descendemos de los musulmanes de Al-Andalus sino de los repobladores norteños y de distintas procedencias europeas que los sustituyeron. La despoblación de musulmanes es una constante entre los siglos XIII al XVII.

Es cierto que algunos monumentos supervivientes o formas artísticas (pensemos en el arte mudéjar) pueden llevar a conclusiones equivocadas pero no confundamos el impacto visual con la realidad. Lo mismo cabría decir de las expresiones lingüísticas o de otras formas culturales

Por cualquiera de los dos capítulos el balance es altamente positivo

- Sin la España de los Reinos cristianos y la Reconquista:

«La imagen de esa España enteramente islamizada que triunfaba en mis sueños era
cruelísima. Nunca se había descubierto el sepulcro de Santiago, no había
surgido
la leyenda del Apóstol Caballero, no habían tenido lugar las
peregrinaciones a
Compostela y la cultura de la Europa cristiana no había
pasado el Pirineo. No se
habían escrito ni iluminado las maravillas de los
llamados Beatos. No se habían
construido nuestros templos prerrománicos en
tierras cantábricas, ni los de
estilo mozárabe al sur de los montes, ni
después las iglesias y monasterios
románicos y góticos. Nunca se habían
alzado las grandes y bellas catedrales de
Santiago, Zamora, Salamanca, León,
Burgos, Toledo, Barcelona, Sevilla… No se
habían escrito el “Poema del Cid”,
ni los otros cantares de gesta. No se habían
redactado los fueros
municipales que garantizaron las libertades de ciudades y
villas de los
reinos cristianos, ni habían surgido las Cortes, embriones de
Parlamentos. Y
no podríamos recrearnos leyendo al arcipreste de Hita, a don Juan
Manuel, al
Canciller Ayala, etcétera»[9].
- Resulta muy discutible la entidad de la pérdida cultural sufrida por España al amputarle la presencia musulmana

Hay que reconocer que en el balance general de lo que ha significado la aportación de lo islámico al progreso cultural de la humanidad, el caso de la España islamizada presenta un balance altamente positivo aunque es dudoso que ello se deba a las propias capacidades de lo importado por los musulmanes; lo cierto es que la cultura española pre-arábiga tenía tal potencia que la presencia islámica apenas pudo eclipsarla y, en buena medida, bebió de sus fuentes. Me refiero a hechos como el empleo en arquitectura del arco de herradura, a la subsistencia de los sistemas de comunicación romanos o a la organización administrativa, a la continuidad de técnicas agrícolas romanas que los invasores adoptaron…

Pero lo cierto es que Al-Andalus no era un paraíso terrenal. Aquel lugar idílico en el que habrían convivido los fieles de las tres culturas (algo que todavía se utiliza como reclamo turístico) es algo sin ningún fundamento en los textos originales escritos por los protagonistas. Al-Andalus fue, antes que nada, un territorio sometido al Islam con las consecuencias que eso suponía: «aplastamiento social y persecuciones intermitentes de cristianos, fugas masivas de éstos hacia el norte (hasta el siglo XII), conversiones colectivas forzadas, deportaciones en masa a Marruecos (ya en tiempos almohades), pogromos antijudíos (v.g., en Granada, 1066), martirio continuado de misioneros cristianos mientras se construían las bellísima salas de la Alambra…»[10].

Las tres culturas vivían en un régimen de “getho”, de apartheid real. Eran comunidades yuxtapuestas, no mezcladas con regímenes jurídicos, económicos y de rango social distintos y con periódicas persecuciones muy cruentas como la sufrida por los cristianos en tiempos de Abderramán II o por los judíos en el siglo XII. Al historiador no le corresponde hacer ninguna condena moral por estos hechos que −en una u otra forma− tienen paralelos en todas las sociedades de su contexto pero menos aún debe asumir la tarea de idealizar el pasado al servicio de dos proyectos ideológicos que pueden llegar a darse la mano: la desmembración de España y la expansión actual del Islam.

Por eso se ha calificado de “Mito” la idea-fueza de un Al-Andalus construido a imagen y semejanza de las reivindicaciones de los islamizantes de hoy. Por eso no basta con ofrecer una reconstrucción histórica de lo sucedido de la que ya disponemos pero que no llega a nuestros estudiantes y a nuestros ciudadanos. En la medida que España no vuelva a ser lo que era para nuestros antepasados, una idea-fuerza, un proyecto sugestivo de vida común y eso no se concrete en medidas concretas de naturaleza cultural y política no nos extrañe que se repita la historia y, como ocurrió en la España del 711, la traición y la falta de conciencia de la propia identidad vuelvan a abrir el portillo al invasor.

[1] Spencer, Robert, Guía políticamente incorrecta del Islam (y de las Cruzadas)¸ Ciudadela Libros, Madrid, 2007, p.43.
[2] Cfr. Spencer, Robert, ob.cit., pp.57-69.
[3] FERRANDIS TORRES, Manuel, Historia general de la Cultura. I, Madrid, 1967, p.432.
[4] Cfr. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis, Historia de España Antigua y Media. I, Rialp, Madrid, 1976, p.3
[5] SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio, De la Andalucía islámica a la de hoy, Rialp, Madrid, 2007, p.29.
[6] Cfr. GARCÍA DE CORTÁZAR, Fernando – DONÉZAR, Javier M. – VALDEÓN, Julio − FERNÁNDEZ CUADRADO, Manuel. − GAMAZO, Angel, 2 Historia Bachillerato, Anaya, Barcelona, 2006, p.65
[7] SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio, De la Andalucía islámica a la de hoy, Rialp, Madrid, 2007, pp.30-31.
[8] FANJUL, Serafín, «¿Eran españoles los moriscos? El mito de Al-Andalus?», p. 271. En la red.
[9] SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio, De la Andalucía islámica a la de hoy, Rialp, Madrid, 2007, p.29.
[10] FANJUL, Serafín, ob.cit., pp. 270-271.