Quien escriba o hable sobre la Trinidad, debe poner en práctica la sensata amonestación de Santo Tomás que hacemos nuestra: «Cuando se habla de la Trinidad, conviene hacerlo con prudencia y humildad, pues —como dice Agustín— en ninguna otra materia intelectual es mayor o el trabajo o el peligro de equivocarse, o el fruto una vez logrado».
Un misterio, en general, es una verdad que es imposible comprender y demostrar naturalmente. Más en concreto, un misterio de la religión Católica es una verdad revelada por Dios, que debemos creer, aunque no podamos ni comprenderla ni demostrarla. Y son tres los principales misterios de nuestra santa religión revelados por Dios: la Santísima Trinidad, la Encarnación y la Redención. Con ser importantes los dos segundos, lo es más el primero porque constituye la vida divina en sí misma, que los dos otros presuponen.
Es más, sin aceptar el misterio de la Trinidad es imposible acoger el de la Encarnación y el de la Redención. Este es el escollo en el que tropiezan ineludiblemente otras religiones por muy cercanas que puedan parecer al cristianismo. El peligro procede de confundir entre sí, en la fe o en la piedad, a las divinas Personas, o de multiplicar su única Naturaleza, al distinguir las Personas; pues la fe católica nos enseña a venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en un solo Dios.
Por eso, la fe en la Santísima Trinidad, lejos de ser una verdad pacíficamente poseída por la Iglesia, ha sido expresada en formulas dogmáticas sucesivamente más depuradas, y ha dejado un reguero de mártires que dieron su vida por confesarla. Basta pensar en las sucesivas crisis provocadas por los seguidores de Arrio que arrancaron la conocida expresión de San Jerónimo: «El mundo entero gimió de asombro al verse arriano». Puesto que la revelación del misterio de la Santísima Trinidad se ha llevado a cabo, sobre todo y principalmente, en Jesucristo Dios‑hombre y mediante Él mismo, no tiene nada de extraño que las primeras herejías trinitarias sean al mismo tiempo herejías cristológicas, y que las principales controversias versen acerca del Verbo, la segunda Persona.
El primer atributo divino que se debe tratar teológicamente es la unicidad, ya que la religión cristiana tiene como dogma fundamental el monoteísmo. Es tan firme la conciencia cristiana acerca de la unicidad de Dios desde un principio que las herejías trinitarias desde el siglo II al siglo V no se inclinaban tanto al triteísmo[1] cuanto a un modalismo o al subordinacionismo[2].
Sostienen el monoteísmo más o menos perfecto, aparte de la religión cristiana, el judaísmo y el islamismo; y, si bien no un monoteísmo perfecto, lo defienden los más insignes filósofos griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles. Es sencillamente un error el creer que el llamado “Dios de los filósofos” es distinto de Aquel que se ha revelado en la historia. No hay más que un solo Dios. Por ello se ha dado a conocer a su pueblo primeramente como «Aquel que es», y enseguida se ha dado a conocer como «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob»[3].
En ese sentido, se podría decir que los cristianos adoramos al mismo Dios a quien el hombre puede descubrir con la sola luz de la razón natural, o a quien adoraron los judíos en el pasado, o incluso al mismo al que adoran formas derivadas y degradadas del monoteísmo bíblico como lo es el Islam[4]. Ahora bien, sería un grave error pensar que la Revelación pública íntegra es intrascendente; todo lo contrario, pues añade a nuestro conocimiento de Dios misterios inalcanzables para la razón, inabarcables para las falsas religiones y apenas esbozados en la Revelación del Antiguo Testamento.
Más absurdo aún sería pensar en concordar unos contenidos revelados divergentes pensando que habrían sido propuestos a hombres de distintas épocas o lugares. Algo así como si Dios se hubiese revelado también a Mahoma, diciendo todo lo contrario de lo que ha sido revelado por Jesucristo. Solamente encontramos un progresivo despliegue entre el Antiguo Testamento y Jesucristo, en la medida que la religión mosaica se ordena a Cristo y Éste cierra definitivamente el ciclo.
«De hecho fue así, que Dios reveló la religión a Adán y a los primeros Patriarcas, los cuales sucediéndose unos a otros y viviendo juntos muchísimo tiempo„ podían transmitírsela fácilmente, hasta que Dios nuestro Señor se formó un pueblo que la guardase hasta la venida de Jesucristo, nuestro Salvador, Verbo de Dios encarnado, quien no la abolió, sino que la cumplió, perfeccionó y confió como en custodia a la Iglesia por todos los siglos» (Catecismo Mayor de San Pío X).En efecto, en el momento de la muerte de Cristo, el velo del Templo de Jerusalén se desgarró «de arriba abajo en dos partes» (Mt 27, 51), y desde aquel momento el rito hebreo cesó de constituir el culto que se tributaba en honor del Dios verdadero, a cuyo Hijo las autoridades judías habían hecho que los romanos lo condenaran a muerte.
Cristianismo, islamismo y judaísmo
Las distinciones apenas son necesarias recordarlas en relación con el Islam, pero resultan más sutiles en cuanto al actual judaísmo.
Basta un conocimiento mínimo de la teología, de la moral y de la historia de las dos religiones para relegar al terreno de los mitos la existencia de «numerosos puntos de contacto» (expresión utilizada por el Cardenal Bea) entre nuestra fe y la profesada por los musulmanes. La declaración conciliar Nostra Aetate, afirma que la Iglesia estima a los musulmanes porque adoran al único Dios; aunque no reconocen a Jesús, lo veneran como profeta y honran a la Virgen María. Ignorar estas diferencias equivale a relegar al terreno de la irrelevancia la divinidad de Jesucristo (que no es un profeta precursor de Mahoma) o la condición de Madre de Dios de Santa María (que es ontológicamente mucho más que la madre de un simple hombre-profeta). Incluso, en el mejor de los casos, la frase en cuestión induciría a pensar que es apreciable un concepto de Jesucristo y del propio Dios que deforma notablemente su propia esencia en cuanto nos ha sido revelada (Uno y Trino).
En cuanto a los judíos, no podemos olvidar que no solamente niegan la Santísima Trinidad sino que consideran una blasfemia que Jesucristo se proclamara Hijo de Dios y en el Talmud se le moteja abiertamente de mago, blasfemo y pseudo profeta. Los judíos creían, es verdad, en el “Dios único, creador del cielo y la tierra”, pero antes de Cristo. Al repudiar a Éste la mayoría de ellos, seducida por sus jefes, se excluyeron del cumplimiento final y fundamental de la Revelación, que se cerró con la muerte del último Apóstol[5].
En este sentido, apenas parece necesario recordar que los cristianos tenemos la misma fe que los Patriarcas y los Profetas del Antiguo Testamento, pero no tenemos la misma fe que los judíos de hoy en día. Rechazando su realización, los judíos conservan en vano las promesas y las figuras contenidas en la Revelación preparatoria al Mesías y ni siquiera leen y comprenden el Antiguo Testamento como nosotros lo leemos y comprendemos.
Lo dicho hasta aquí, aparentemente podría contrastar con afirmaciones como ésta que se han prodigado en los últimos años «Judaísmo, cristianismo e islam creen en el Dios único, creador del cielo y la tierra»[6].
Para clarificar definitivamente la cuestión debemos añadir que la divina Majestad de Dios puede ser considerada bajo el aspecto de Ser supremo, espíritu purísimo, infinito y eterno, creador y señor del universo y bajo el aspecto de su naturaleza trinitaria, como nos ha sido revelada por Jesucristo.
Si se considera solamente el primer aspecto, efectivamente el Dios de los cristianos sería el mismo que el de los hebreos, los musulmanes y todos aquellos que, con el recto uso de la razón natural, descubren y creen en el único Dios[7]. Ahora bien, la cuestión cambia radicalmente a la luz del dogma de la Santísima Trinidad, pues quien afirmara que el Dios de los cristianos es el mismo que el de los hebreos y los musulmanes prescindiendo de la Santísima Trinidad y de la encarnación del Verbo, verdadero y único Dios con el Padre y el Espíritu Santo, estaría negando en la práctica ambos dogmas.
En conclusión, frente a la idea –por divulgada no menos falsa– de que el Dios de los cristianos es el mismo que el de los judíos y los musulmanes, basta recordar que éstos no creen en Jesucristo ni lo veneran como Dios
La raíz de la contraposición entre cristianismo, judaísmo e islamismo es de naturaleza teológica pues el Dios de los cristianos no es solamente el Dios único, sino el Dios Uno y Trino. Uno en la Naturaleza, Trino en las Personas. El judaísmo pos-cristiano sigue repudiando a Jesucristo como Mesías y negando su divinidad y para el islam, el Hijo de Dios es un “profeta” y la Santísima Trinidad una blasfemia. Y ambas religiones, a lo largo de los siglos, han promovido persecuciones contra los cristianos. Señalar aparentes coincidencias sin resaltar las más que notables discrepancias sería como decir que apreciamos un medicamento que hace crecer el pelo aunque no ignoramos sus propiedades cancerígenas.
[1] Se niega o se destruye, bien de modo manifiesto, bien de forma indirecta, la unidad de la naturaleza divina.
[2]
Se niega la verdadera Trinidad de personas en Dios, pero esto puede
llevarse a cabo de un doble modo: o bien por negarse la distinción real
personal entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, manteniendo
solamente una cierta distinción menor, modal o mera distinción de razón
(afirma esto el monarquianismo y el modalismo); o bien por negarse
explícita o implícitamente, la verdadera divinidad de la segunda y de la
tercera persona, las cuales, quedan subordinadas a la primera que es el
verdadero Dios (así se expresa el subordinacionismo).
[3] Para lo dicho hasta aquí cfr. DALMAU, José M., Acerca de Dios Uno y Trino, in: Sacrae Theologiae Summa, vol.2, Madrid: BAC, 1952
[4]
Los primeros informadores de Mahoma en relación con el monoteísmo
fueron, casi con toda certeza, cristianos vinculados a grupos de
comerciantes que se desplazaban por Arabia, no muy versados en la propia
religión, deformada por el influjo de las herejías existentes entre
ellas las de sentido judaizante.
[5]
Una síntesis de las diferencias entre judaísmo, islam y Cristianismo
en: “¿Musulmanes y judíos creen en el “Dios único” de los cristianos? Si
lo dice hasta el Papa... Pero el sensus fidei no puede aceptarlo”, in:
Sí Sí No No (30-abril-2006) [en línea] <http://sisinono.blogia.com/2007/051101--musulmanes-y-judios-creen-en-el-dios-unico-de-los-cristianos-.php> [consultado, 25 de mayo de 2013].
[6] Alocución de Benedicto XVI a una delegación del comité judío americano (16 de marzo de 2006) [en línea] <http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/march/documents/hf_ben-xvi_spe_20060316_jewish-committee_sp.html> [consultado, 25 de mayo de 2013].
[7] Concilio Vaticano I: «Si
alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no
puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por
medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema»(DS 3026).
Pero la Iglesia también sostiene que el conocimiento natural de Dios no
es la fe; que lo que se puede conocer de Dios por la razón natural es
absolutamente insuficiente para salvarse y que en el estado actual del
género humano las verdades religiosas naturales pueden ser conocidas por
todos fácilmente, con firme certeza y sin ninguna mezcla de error
únicamente por medio de la Revelación divina ((Pío XII, enc. Humani generis: DS 3876; cf. Concilio Vaticano I: DS 3005)