O tal vez hay otra razón más convincente… Matías Montero cayó abatido por las balas de los pistoleros socialistas y de eso es mejor no hablar. Su ejemplo, como el de tantos otros, es la prueba de que la historia no fue como nos la quieren referir los ideólogos de la memoria. O como nos la quiso contar hace unos meses el juez Garzón al pretender involucrar a la Falange en presuntos delitos cometidos en la España de los años treinta y cuarenta.
En muchas ocasiones, hablar de la violencia en relación con la Falange de los años de la República y la Guerra Civil se reduce a glosar la manipulada frase de José Antonio acerca de la «dialéctica de los puños y las pistolas» silenciando que, para comprender la dinámica de violencia en que desembocó la Segunda República y el papel que en ella desempeñaron los falangistas, no se puede olvidar que este Movimiento perdió en sus primeros meses de existencia a decenas de sus miembros y simpatizantes, asesinados con el intento deliberado de frenar el crecimiento de la organización. Como denunció el propio José Antonio en el Parlamento: «Frente a esas imputaciones de violencias vagas, de hordas fascistas y de nuestros asesinatos y de nuestros pistoleros, yo invito al señor Hernández Zancajo a que cuente un solo caso, con sus nombres y apellidos. Mientras yo, en cambio, le digo a la Cámara que a nosotros nos han asesinado un hombre en Daimiel, otro en Zalamea, otro en Villanueva de la Reina y otro en Madrid, y está muy reciente el del desdichado capataz de venta del periódico F.E.; y todos éstos tenían sus nombres y apellidos, y de todos éstos se sabe que han sido muertos por pistoleros que pertenecían a la Juventud Socialista o recibían muy de cerca sus inspiraciones. Estos datos son ciertos». (1-febrero-1934) Y poco antes de caer asesinado Matias Montero, todavía afirmaba con clarividencia frente a los que pedían venganza: «Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado, sobre todo un pueblo, una serie inacabable de represalias y contragolpes. Antes de lanzar así sobre un pueblo el estado de guerra civil, deben los que tienen la responsabilidad del mando, medir hasta donde se puede sufrir y desde cuando empieza a tener la cólera todas las excusas».
El ejemplo de Matías Montero es uno más de los muchos miles de españoles que, en aquella trágica coyuntura, supieron dar la existencia por la esencia. Porque ―como escribió José Luis López Aranguren en 1945― «la suprema libertad, cumplida en la vocación, y la suprema perfección, cumplida en la Obra acabada, se logran siempre a través de la resistencia, de lucha y, entre todas las luchas, la más alta, la lucha contra el dolor, que consiste en el sacrificio, en el heroísmo, en “dar ―como dijo José Antonio― la existencia por la esencia”, y la vida natural por la vida angélica».
Al lado del crimen, existió la defensa del perseguido y junto a la denuncia convivió el perdón y la entrega generosa de la propia vida. Porque no es verdad que la reconciliación llegara a España en 1975 ni en 1978, la reconciliación la habían venido conquistando, año tras año, día tras día, ellos, los que habían logrado reconstruir el suelo machacado de su patria y las heridas, más difíciles de curar, de las conciencias. España tendrá mucho que perder si dejamos que la venganza de los nietos, azuzada por la pasión política de socialistas y nacionalistas ahogue tan noble legado tantos años después.
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