«M. Proudhon ha escrito en sus Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: "Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología". Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas» (Donoso Cortés).

miércoles, 18 de marzo de 2009

CRISIS DE IDENTIDAD



En muchas diócesis se celebra alrededor de la fiesta de San José (19 de marzo) el Día del Seminario, con el objetivo ―en palabras de la nota de prensa de la Oficina de Información de la CEE― de «suscitar vocaciones sacerdotales mediante la sensibilización, dirigida a toda la sociedad, y en particular a las comunidades cristianas». En las Diócesis españolas se comenzó a celebrar esta Jornada en fechas distintas, pero pronto se fueron orientando hacia el día de San José. En ello influyó de modo decisivo el acuerdo que se adoptó en la Semana "Pro Seminario" que tuvo lugar en Toledo organizada por la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos (1935). Allí se aprobó esta fecha como más conveniente apoyándose en el patronato de este Santo Patriarca sobre toda la Iglesia Universal y en que él fue el padre adoptivo del primer sacerdote Cristo Jesús, de cuyo sacerdocio único y eterno participan los sacerdotes de la Nueva Ley. Como este día ya no es fiesta civil en muchos lugares de España, desde hace un par de décadas la Jornada del Seminario se celebra el 19 de marzo y también en el domingo más próximo. Con todo, la Iglesia ha conservado para la festividad de San José el carácter del día de precepto.

Actualmente, hay en España 1.237 seminaristas. En los últimos años, en términos absolutos se ha producido un descenso, tendencia que con fluctuaciones parece imponerse como dominante al igual que la lógica disminución del número de sacerdotes, mermado por las defunciones, secularizaciones y ausencia de relevo. Si en muchas diócesis ya hay serias dificultades para cubrir la atención pastoral de las Parroquias existentes, de mantenerse las previsiones, en unos años será aún más difícil. Pero tal vez haya algo más dramático que la disminución del número.

Hace unos días se presentaba en Polonia el resultado de un estudio llevado a cabo entre cerca de 823 sacerdotes por Józef Baniak, profesor en la Universidad de Poznan e investigador especializado en sociología de la religión. Exponiendo sus conclusiones, declaró que más de la mitad de los sacerdotes interrogados sufría desde largo tiempo una crisis profunda en su identidad pastoral. No es necesario señalar aquí en qué terrenos (obvios, por otra parte) se manifiesta dicha crisis de identidad y cuáles son las reivindicaciones de los clérigos polacos. Este estudio ha sido hecho público después del anuncio de una baja del 36% de las entradas en los seminarios de Polonia desde el 2004 y ha provocado una reacción de negativa de medios eclesiásticos oficiales: «Todo lo que puedo decir, es que a menudo se recurre a generalidades en este estudio, y que es difícil de estar de acuerdo con las interpretaciones y las conclusiones presentadas», declaró Mons. Wojciech Polak, presidente del Consejo de las Vocaciones.
Sin embargo, con independencia de interpretaciones y porcentajes, hay que reconocer que detrás de la merma de vocaciones se encuentra una pérdida de la propia identidad sacerdotal. Pocos la han descrito en términos más fácilmente comprensibles que Rafael Gambra:
«Pero llegó el post-concilio y con él, el "nuevo cura". Ya todo terminó. El sabe
más que veinte siglos de catolicidad. En su inmenso portafolios lleva un
nuevo culto, casi una nueva religión, que aprendió de maestros holandeses. Y
un inmenso desprecio por la fe de aquel lugar.
Ya no vestirá sotana, vestirá
como cualquiera, y con torpe desenvoltura tratará de hablar y de
reír como los demás. Con él viene "la Iglesia de los pobres", pero él será
el primer párroco con coche ("instrumento de trabajo" para no estar nunca en
el pueblo). Para reconocer en él al cura es preciso apelar a nociones
abstractas, porque lo que se ve es la antítesis, su negación misma.

¡Qué afrenta a la fe, qué desprecio al pueblo fiel! Ya no hay unción ni
respeto, ni devoción, ni fervor.
Solo ruidos, innovación, petulancia e
impiedad. Ya los niños no acuden al paso
del sacerdote. ¿A qué fin? Todo cuanto ha existido debe ser cambiado por
"preconciliar". Ya no suenan las campanas del Angelus, ni el pueblo se reúne en
la Misa Mayor. Fiestas y procesiones han sido alteradas o suprimidas sin el
menor respeto; incluso el santoral ha cambiado. El culto divino se ha extenuado
hasta su extremo. Ya no existe el latín, ni el gregoriano de la liturgia
católica; toda la polifonía clásica ha sido estirada. Salmos con ritmo
protestante y ritmos irreverentes han ocupado su lugar. Y la estridencia, la
improvisación constante, el mal gusto. Altavoces por todas partes con su
resonancia metálica, altavoces de feria en el templo, hasta en los entierros.
(Sordo debe ser su Dios, o no los quiere escuchar). El silencio, el
recogimiento, la oración personal, no tienen ya cabida en el templo.

Y como substancia
de toda esta siniestra algarabía, la prédica "social" ¡Que todos
la escuchen callados, y que nadie se arrodille al comulgar...! Violencia a las
almas, violencia a las conciencias y a la sensibilidad... todo en nombre de la
libertad y del "hombre moderno"».
Ignoro lo que ocurrirá en los próximos años. Ni siquiera sé cuándo saldremos de esta crisis, aunque para ello volvemos los ojos a San José. ¿Quién enderezará ya todo esto, quién sembrara de nuevo la fe? Apresura el remedio, Señor, y danos paciencia y fortaleza mientras llega ese día.